Cobijada entre las cumbres alpinas, en pleno el corazón de Austria, esta abadía benedictina fundada en 1074 a 250 kilómetros al sudoeste de Viena siempre ha sido poderosa, gracias a un rico patrimonio (sus terrenos suman las 27.000 hectáreas). Cuando se acometieron los trabajos de ampliación, en el siglo XVIII, el monasterio quería competir con El Escorial de Madrid. Finalmente, de aquel gran proyecto sólo quedó la biblioteca, que se terminó en 1776.
Las dimensiones de esta obra de arte barroca son dignas de una catedral: 13 metros de altura, 70 de longitud y 14 de anchura, todo rematado por siete cúpulas majestuosas condecoradas con frescos de Bartolomeo Altomonte (1701-1783). Su suelo de marmol en tablero está salpicado por esculturas que representan a la Muerte, el último Juicio, el Paraíso y el Infierno. Según el espíritu de la Contrareforma, las abadías debían tener una sala de boato. Los padres benedictinos de Admont eligieron la biblioteca, porque la regla de San Benito, `rezo, trabajo y leo', concede un sitio importante al estudio».
Imagen superior: Jorge Royan / http://www.royan.com.ar / CC-BY-SA-3.0
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La obra, terminada cuando Mozart tenía 20 años, lleva la señal de la reconciliación de la Iglesia con la luz: rompiendo con la tradición de las bibliotecas oscuras, está concebida para ser inundada literalmente por el sol. El arquitecto Josef Hueber (1715-1787) quería que la luz irrigara cada rincón. tal y como hacen los espíritus. Signo de esta apertura intelectual, su fondo bibliográfico de 200.000 libros incluye 530 incunables y 1.400 manuscritos, entre los que se muestra en un lugar privilegiado una biblia gigante del siglo XI, la Biblia de Lutero y la edición original de 1758 de la Enciclopedia de d' Alembert y Diderot. Además de los títulos tradicionales de teología y de derecho canónico, incluye una sección importante dedicada a las ciencias y la historia, que es consultada anualmente por centenares de investigadores. Pero la biblioteca, que se salvó milagrosamente del incendio que asoló el monasterio en 1865, terminó necesitando una restauración completa.
Su edificio y particularmente los frescos que lo decoran habían quedado dañados por los trabajos de zapa realizados en el subsuelo por los nazis, que requisaron la abadía durante la segunda Guerra Mundial. Y los rayos ultravioleta que entraban a raudales por las 48 ventanas habían terminado por deteriorar lo que quedaba. Financiados en parte por la Unión Europea, los trabajos que arrancaron en 2004 recuperaron su brillo original y, para mantenerlo, han decidido no sobrepasar la cifra de 70.000 visitantes al año, de ahí que cada día se restringen los horarios y el número de personas que puedan acceder al interior. Se recomienda por tanto que vayas temprano si quieres disfrutar de una de las bibliotecas más impresionantes del mundo.
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Imagen: Wikimedia Commons/Fb78
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